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domingo, 25 de diciembre de 2011

LA SUERTE NO ERA UNA DAMA y RESACAS

LA SUERTE NO ERA UNA DAMA

Cuando era la mitad de viejo, me sentaba
en los bares, me hundía ahí
hasta las orejas
pensando que algo me iba a pasar,
quiero decir, con las mujeres:

"Hey, nena, escúchame, la costa dorada
llora por tu belleza..."
o algo así.

Sus cabezas nunca daban vuelta, miraban
adelante, derecho hacia adelante,
aburridas.

"Hey nena, escúchame, soy un genio
ja, ja, ja"

Silenciosas ante el espejo de un bar, esas
mágicas criaturas, esas sirenas secretas,
de piernas largas, vestidos ajustados,
tacos altos, aros, bocas de
frutilla, se sentaban ahí, se sentaban ahí,
se sentaban ahí.

Una de ellas me dijo: "me aburrís"
"No nena, lo que pasa es que
no lo entendiste"
"bah, callate"

Entonces llegaba algún Dandy, algún tipo
pulcro, de traje, bigote, corbata.
Era flaco, luminoso, delicado,
tan canchero
y las damas lo llamaban
por su nombre: "¡Oh Murray, Murray!"
o algo así.

"¡Hola chicas!"

Yo sabía que le pasaba el trapo
a cualquiera de esos boludos,
pero no importaba mucho en el orden
de las cosas,
las damas se juntaban alrededor de Murray
(o algo así) y yo seguía pidiendo tragos,
compartiendo la música con ellas
y escuchando la risa desde afuera.

Me preguntaba que cosas maravillosas
me estaba perdiendo, el secreto de la
magia, algo que sólo ellas conocían,
y me sentía de nuevo el idiota en el
patio de la escuela -
a veces un hombre nunca
sale de ahí,
todos pueden ver la marca.

Así que
yo estaba aparte,
"soy la cara perdida de
Jano", decía en medio de algún
silencio momentáneo
por supuesto, para ser
ignorado.

Ellas se subían a
los autos
fumando
riendo
y finalmente se iban hacia
alguna victoria
consumada,
abandonándome a mis tragos
sólo yo
sentado ahí
la cara del mozo cerca de
la mía:
"¡YA CERRAMOS!
Su gorda e indiferente cara
barata bajo la luz
barata.

Yo tomaba mi último trago
salía hacia mi viejo auto
aguantándome
subía
manejaba siempre con mucho cuidado
hasta mi habitación
alquilada.

Recordaba el patio de la escuela
otra vez,
el recreo,
me elegían último para
el partido de fútbol,
el mismo sol brillando sobre mí
y sobre ellos,
pero ahora era de noche y
casi toda la gente del mundo
estaba con alguien,
un cigarrillo colgaba de mis labios
y escuchaba el ruido
del motor

RESACAS

probablemente he tenido más
que ninguna otra persona viva
y aún no han acabado
conmigo,
pero algunas mañanas me he
sentido
morir.

como sabéis, la peor borrachera es la que se sufre
con el estómago vacío, abundante
tabaco y una generosa mezcla de
licores.

y las peores resacas, las que sufres al
despertarte en el coche o en una habitación extraña
o en un callejón o en la cárcel.

las peores resacas son las que tienes al
despertarte y darte cuenta de que has hecho
algo absolutamente vil, estúpido y
posiblemente peligroso la noche anterior,
pero
no consigues acordarte de
qué.

y te despiertas con múltiples
trastornos: con heridas en diversas partes
del cuerpo, sin dinero
y/o posiblemente y a menudo sin
coche, si es que tenías coche.

puede que llames por teléfono a una
mujer, si es que has estado con alguna, para que
la mayor parte de las veces te cuelgue
de un golpe el teléfono.
o que, si la tienes al lado en aquel momento,
sientas su indignación y su
cólera.

a los borrachos no se les perdona nunca.

porque los borrachos se perdonan a sí mismos
porque necesitan seguir
bebiendo.

hay que tener mucho aguante
para pasarse años
bebiendo.

a tus compañeros de cogorza los ha matado
la bebida.
tú mismo entras y sales de los
hospitales.
donde a menudo te advierten de que
“una copa más te va a
matar”.
pero
tú los desmientes
tomándote más de una copa
más.

y cuando te acercas a los tres cuartos de
siglo de edad
te das cuenta de que necesitas cada vez más
priva para
emborracharte.

y las resacas son peores,
y te cuesta más
recuperarte.

y lo más extraordinariamente estúpido de
todo es
que no te disguste
haberlo
hecho
ni seguir
haciéndolo.

escribo esto a máquina
bajo el yugo de una de mis
peores resacas.
abajo
hay tiradas múltiples y variadas
botellas de
alcohol.

ha sido todo tan bestialmente
delicioso,
este río turbulento,
esta oprimente
aniquiladora
locura
que no se lo deseo a
nadie
salvo a mí,
amén.

Charles Bukowski

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